Juan Javier Gómez Cazarín.
“Ya que la muerte me pasó de largo, / canto en la tuya el canto más amargo, / que es mi manera de llorar…” (A modo de responso. Canción de Alberto Cortés).
Vicky Rasgado encarnó a una generación de mujeres jóvenes, talentosas, aguerridas, valientes y comprometidas con la transformación de México, de Veracruz y de sus comunidades, en el caso de ella, Moloacán.
Como siempre que una brillante luz joven se nos arrebata de forma prematura, al dolor normal de la pérdida humana se añade la herida por lo que consideramos un profundo agravio, injusto y antinatural: la muerte en el momento de mayor esplendor de la vida. Tenía 35 años.
Vicky se fue justo cuando estaba dedicada en cuerpo y alma a vivir el sueño alcanzado, a cumplir la palabra empeñada con su gente y cuando era fácil imaginar en su futuro nuevos y muy merecidos éxitos, dichas, logros y encomiendas.
Merecidos porque Vicky sabía ganarse la buena fortuna: el arraigo con su tierra, el orgullo por su herencia cultural istmeña, su sencillez de trato, su mirada directa, su facilidad para reír, su innata capacidad para conectar con la gente –lo que seguramente la empujó a estudiar Ciencias de la Comunicación-, su coherencia entre pensar, decir y actuar.
Su paso por los medios de comunicación, donde ya era exitosa y premiada –llegó a presidir la Asociación de Periodistas de Coatzacoalcos- y donde podría haberse quedado cómodamente a cosechar el reconocimiento, fue insuficiente para ella, que necesitaba mayores herramientas para servir a la gente.
A contra corriente, sin dinero, con una derrota electoral en su pasado, con todo el poder del aparato estatal en contra, Vicky no se arredró para enfrentar a una doble mafia de poder político que algunos pensaban imposible de franquear: la del sindicato petrolero, por un lado, y la administración de Miguel Ángel Yunes por otro. De ese tamaño era el reto. Y aun así, con el pueblo de su lado, ganó la Presidencia Municipal de Moloacán. Así se las pongo: Vicky ganó en Moloacán cuando yo perdí en Hueyapan de Ocampo en el 2017.
Sureña, como yo, era fácil entendernos. Los dos teníamos orígenes externos a la política, los dos habíamos ganado nuestras elecciones en el segundo intento, los dos éramos de pueblo, a ninguno le incomodaba desayunar taquitos de huevo revuelto en una comunidad rural. Nos hicimos amigos, pero nunca me pidió un favor para ella. Siempre que me buscó fue para pedir apoyo para Moloacán y su gente.
La de Vicky es una muerte que simboliza, desde luego, el aciago capítulo del que nos tocó ser parte a las y los de nuestra época. La pandemia que, como a ella, ya se ha llevado a casi tres mil veracruzanas y veracruzanos cuyas ausencias nos duelen porque no tendrían que haberse ido de esta manera.
Una escena viene a mi mente: rodeados de incontables velas, algunas de llama vivaz, menguantes otras, Macario y La Muerte conversan en la gruta donde esta última controla quién vive y a quién se le extingue la vida.
“Esta es la humanidad –le dice La Muerte a un joven Ignacio López Tarso-. Aquí ves arder las vidas tranquilamente. A veces soplan los vientos de la guerra, los de la peste y las vidas se apagan por millares al azar”.
Que la tierra le sea leve a mi amiga. Para allá vamos todos.
Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado